11 de abril de 2013

Bruma



Olvidé el sombrero, ¿O nunca lo he usado? Tal vez recuerdo algo que no puedo articular con palabras, algo que mi piel simula en sus efectos tornasoles.
Soy de nombre duro, de esos que los padres le ponen a sus hijos como sinónimo de fuerza, pero que al fin representan la lucha de todos los hombres como yo, con remordimientos, que luego somos rete chillones, pero que nomas hacemos que se nos hinchen las venas oculares para después tragarnos las lagrimas, así, sin siquiera ponerles azúcar.
Saben saladas, como el beso de mar con la arena; la garganta se pone tiesa y un ligero dolor se clava como pequeñas puntillas de maguey. Ese dolor es el alma gritando, repelando, renegando lo que la prudencia calla ¿o más bien será resignación?
Esa palabra es la que más duele, es un ácido que lo devora  a uno sin darnos cuenta. Vamos acostumbrándonos a esos piquetes de espina, hasta que se vuelven parte de nosotros, como una línea interminable de muerte.
En mis ojos habita una vorágine que se resiste a perecer, los vértices de mis pestañas dejan ver el brillo que vive en mí, como un coyote andante, sediento, salvaje y libre.
Soy un nahual, un perro nahual que es lacerado por las flechas de la realidad, que en verdad son solo un humo  inclemente, guardián de los tiempos.
Por eso ella me mira así,
Por eso el tiempo nos detiene
O nos libera suavemente
Protegido por la bruma.


Foto: Tonatiuh Castelán