22 de noviembre de 2014

MARÍA

Sí la besé; sin permiso ni coherencia. Como si no hubiera cuarenta o cincuenta pares de ojos a nuestro alrededor.
Nunca toqué piel más suave, ni percibí un aroma a vainilla recién cortada. Yo la embriagué con el olor a puro de mis labios, que condensó en su dulzura mi amargo espíritu, que por ella se volvió delicado, como mariposa.
Jamás mis senos habían sentido el éxtasis semejante de otros iguales, en una simetría jamás buscada pero encontrada; entonces el temor se volvió cenizas.
De las cenizas, ardieron brasas. La música viajó lejos y lo único que percibieron mis oídos, eran los tambores de dos instrumentistas sedientas de cadencia, de guerra.
Sus lágrimas humedecieron mis mejillas; eran como un manantial que emergía de entre sonidos de guitarra. Un golpe hizo hervir mi mejilla, me trajo de vuelta a al tierra.
Me arrancó de sus brazos, de sus redonda cadera, de su aliento.
Comencé a tejerme una trenza, que hoy corté y puse en su tumba.

"Y le juro María señora, que no habrá mañana, ni antes ni después."