16 de junio de 2009

EL HOMBRE QUE QUISO SER

Para Don Arellano

Yacía fino el olor a sangre, en el fogón aún quedaban chispas debajo de las ollas que contenían manjares de los hombres y mujeres de ayer, que eran simplezas directas de la tierra bien elaboradas y que precisamente por su sencillez, la dedicación y el fulgor de las mujeres que lo preparaban eran el toque que despertaba la voracidad y el hambre de los que cansados llegaban después de duras jornadas a comer, en un éxtasis de maíz…la armonía de las palmas de las dueñas del fuego en el centro…palmas, recreación del origen, en laguna forma es saciar algo añejo algo que era un vacío.

El jacal en ruina…no precisamente por el desorden del interior, ollas rotas, nidos desvanecidos, más bien por la ausencia de los moradores, y como ese recinto todos los demás, por allá en la lejanía algún llanto de niños perdidos, algún gemido desgarrador, algún grillo que aun se limitaba a chirriar, hasta los animales sabían del luto, esa luna llena el lobo se limito a permanecer erguido en silencio como si existiera una comunión con el lugar y los recientes que ya se habían ido a algún lugar.

De la noche salió él en la noche se fue. Reposaba con el cabello mojado sobe sus manos, no de agua, no de lluvia añorando el olor a yerba de mayo, cuando corría entre las veredas a ver los encantos de la tarde…y ahora sus veredas eran laberintos y los encantos un aroma añejo a polvo de vida…vio como todos se fueron… sintiendo un punzón en la garganta que dibujaba siluetas de adiós, él no conocía el adiós, no en su pueblo porque nunca fue tragedia partir, siempre era voluntad del que se iba y alegría de los que se quedaban de saber que aquel caminante iba trotando por el mundo yendo hacia sí mismo. Ahora no, no esta vez.

Nunca antes había sentido esa cualidad de hombre, eso que le dictaba su simple naturaleza, se dejó caer en el lodo de los caminos revueltos entre la sangre de todos, con el punzón en la garganta. Jamás quiso ser un hombre común y esa noche era el hombre más común de todos incluso sus vísceras se sentían tan humanas, su llanto como río por la piel el que tanto temió derramar cuando niño y hoy corría libremente.

Anhelaba de nuevo los brazos de Quetzalziuatl aquella mujer que dejó una tarde sin motivo alguno, parecía muy seguro pero en realidad ni él sabía por qué…si ahora sus ojos eran los que le daban un poco de alivio, y sus cabello en el que se podía nadar como en sueño, esos cielos de media esfera de los años mozos…su cintura.

Permanecía ahí intacto del cuerpo y destrozado del corazón, no supo como seguir siendo fuego sin extinguirse. Ahí quieto lloró por los niños, por los ancianos portadores de templanza hasta en el momento del golpe fatal; lloró por las mujeres, guerreras de todos los tiempos, por Quetzalzihuatl

Por qué él no había podido morir con ellos, por qué había huido como un conejo atemorizado durante toda su vida, ahora que hacía el recuento sabía que nunca fue maestro, que seguía siendo un aprendiz y que todos aquellos a los que se enfrentó siempre le vieron con paciencia, a pesar de su orgullo mal infundado.

Qua afortunado fue al ser aceptado así. Y esa triste noche se dio cuenta, y el punzón raspaba más su garganta. Arriba sobre un umbral de rocas llegaba el tecolote y se miraron fijamente, sencillamente y a la vez de una manera sobrenatural ambos se incorporaron y quedaron completamente erguidos, los dos sin olvidar esa grandeza de todos los seres vivos, ahí frente a frente él pensaba en los elementos más simples de su persona, en la dignidad, en la lucha, en el duro trabajo que se acaba cuando se debe morir…con templanza como aquellos viejos y viejas de rostro surcado y seco como la tierra que ya dio todo de su vientre.

Un parpadeo, dejo de ver al ave…se desplomó sobre la suave hierba. Abrió los ojos y entero se incorporó, tomó el arco y en furia de corazón salió a batalla. Esa noche todos pelearon igual, se entregaron, por sus brazos de sol muchas familias lograron irse, lejos a sus montañas, donde eran resguardados por celosas formas y vidas desconocidas para el invasor.

Ahí sin sentir el cansancio siquiera, ni la sangre que lo pintaba de guerra… parpadeó… una espada en la garganta, a comparación del antiguo punzón la espada era ligera, casi imperceptible…la sangre de la garganta...miró a los ojos a su enemigo, aquel barbado no lo olvidaría esos ojos de tecolote hasta el día de su muerte.Un aleteo, De la noche salió él, en la noche se fue, cuenta un anciano allá por la sierra del hombre que se convirtió en lechuza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

simple mente hermoso. mucho mejor que algunos que dicen llamrse , escritores.

Leo dijo...

Jajajaja!!! muchas gracias por pasarme a visitar...yo tambien soy fan tuyo...me encnata como mezclas la proasa con el verso...siemrpe has sido asi...medio arrogante y medio inocente a la hora que escribes...sin importar reglas de metrica o estructura...